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Retratos autorretratos
  2002
Málaga


Como es natural, se articula también en la retratística. Dejada la función meramente representativa de la realidad en manos de las nuevas técnicas fotográficas, el arte asumirá un decisivo y nuevo papel de interpretación de la misma. Contrariamente a lo que se pudiera pensar, la fotografía no competirá con la pintura en este terreno, al contrario incentivará en más amplios segmentos de la sociedad la necesidad de fijar la imagen del individuo.


Si hasta entonces lo importante había sido la captación fisonómica del modelo representado, el acercamiento a sus características definitorias, físicas y sociales, ahora lo verdaderamente esencial es la captación de su personalidad, de sus circunstancias. Y aún más allá, como dice Francisco Calvo


Serraller: el arte contemporáneo quiere atrapar el alma, la esencia del retratado, eso que, aparentemente invisible, lo caracteriza, sin embargo, como personaje: aquello, en definitiva, que revela la cualidad oculta, pero funda¬mental, de su personalidad. Y para llegar a esta conclusión se apoya en los estudios de George Simmel, sir John Pope-Hennessy o Alberto Savinio. Mientras que Simmel, en su ensayo acerca del significado del rostro, entiende que la representación del rostro humano no es más que la manera más clara de expresar el alma, Delacroix, refiriéndose a Prud'hon, diría que fija sobre la tela ese soplo, esa nada, ese todo que es el alma humana... esta atmósfera velada, mágica. Pope-Hennessy, por su parte, afirma que el retrato es la representación de un individuo con su propio carácter, y Savinio habla de revelación: el retrato es una revelación del personaje. Es él como nunca conseguirá verse a si mismo en el espejo...


Si entendemos, por tanto, el alma como aquella parte inmaterial del ser humano que forma parte del yo más íntimo que define la propia personalidad, el arte del siglo XX -como de todos es conocido- pretende a través de medios materiales aprehender lo inmaterial, lo intangible. Luego no cabe la representación de lo que no vemos, de lo que no tocamos; tan sólo nos queda la interpretación de lo que intuimos, de lo que sentimos.


Ante tales argumentos no resulta difícil concluir que el retrato en una centuria, como la pasada, caracterizada por la tendencia constante a la desaparición de los elementos reales -y en muchos casos incluso de los figurativos-, sobrevive en función de su interés por captar aquellos perfiles más psicológicos y, si se nos apura, metasicológicos. El artista ya no se interesa por los elementos externos, incluso ya no cree en la persona y prefiere inclinarse por los valores que se desprenden de la investigación fenomenológica. Por tanto, no resultará extraño que en una época tan iconoclasta el retrato como género se reduzca a un segundo plano. Porque si bien es cierto que una gran mayoría de los artistas del siglo XX practicaron en mayor o menor medida el retrato, no es menos cierto que rara vez lo hicieron por una preocupación expresa por el individuo representado.


Esto que es aplicable con carácter general, como es lógico en un ámbito tan plural y vertiginoso como ha sido el siglo XX, más interesado por el movimiento, por lo efímero, lo instantáneo, tiene diversas lecturas que no necesariamente son sucesivas en el tiempo y en el espacio, sino que, por el contrario, suelen ser incluso simultáneas. De esta manera, veremos convivir en diversos periodos el retrato de un perfil más tradicional con aquel de carácter y vocación más transgresora.


Con esta muestra, se pretende ilustrar, en virtud de la selección de diversos retratos realizados por diversos artistas y en diferentes momentos, todo lo antedicho. Podemos ver cómo se realizan a principios de siglo retratos sumamente académicos como los del Duque de Rivas, por Bartolome Maura -uno de los más exquisitos grabadores de su época-, o el de Beethoven, de Verger Fioretti, mientras que más recientemente Cherna Cobo se acerca de una manera más dinámica y atrevida a la representación del teórico del Futurismo, Marinetti.


A través de las veintiocho estampas presentadas se pueden observar las distintas formas de acercarse a la caracterización de los personajes. Sobre todas ellas sobresalen dos ejemplos magistrales: el autorretrato de Goya y Buste de femme au chapeau bleu, de Picasso. El primero, sin duda el más conocido, es el autorretrato del aragonés que sirvió de portada a la genial -y transgresora también en su tiempo- edición de los Caprichos. Sin duda, uno de los más destacados precedentes del autorretrato moderno y contemporáneo. Un paisano del artista aragonés, Julián Gállego, escribió: el artista que se autorrerata muestra, aunque no lo pretenda, un ansia de comprensión, de confesión y hasta, a veces, de asombro, como si se preguntara ¿quién es ese? Por su parte, el genio malagueño reinterpreta desde una óptica cubista un retrato de Dora Maar, en un after realizado, sobre el óleo de igual tema reali¬zado en 1944 y conservado en el parisino Museo Picasso, en los talleres litográficos de Mourlot.


Capítulo aparte merece la pulsión estremecedora de la obra de Anto¬nio Saura, que en un determinado momento se sirve de manera casi obsesiva del retrato -en este caso imaginario- para no perder de vista la realidad, evi¬tando así perderse en la pintura. La apropiación por parte del Pop y del Nuevo Realismo, también del Hiperrealismo, de la figura humana generará sugeren¬tes soluciones a un mismo problema, diferentes versiones de una misma realidad. Andrés Cillero se acerca a los postulados del pop art, que matiza con referencias a la historia del arte universal, a la par que español, en su versión alegórica de la Venus del espejo. Una visión más descarnada de la realidad presentan los retratos de Cortijo o Cuadrado, significados representantes de Estampa Popular.


En fin, a pesar de los vaivenes que el arte ha dado, la representación de la figura humana, ya sea abordada de una manera u otra, se sigue configu¬rando como uno de los ejes esenciales de la obra en sí, por mucho que ahora sea más importante la realización del cuadro que la propia representación del personaje, que desaparece como individuo personalizado.


Apariciones en medios

Obras expuestas            
1969 · Madrid
Paño con cántaro
(100 x 75 cm)
EWV0995
 
             
 
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